miércoles, 21 de febrero de 2018 - 10:19

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nde se encuentra el Banco Nación. Después llegó el cine Ambassador, donde está la galería nueva que era de la familia Iglesias. En la calle Alsina había un hermoso boulevard, más grande que el que queda en Adrogué, y que es una pena que lo hayan quitado. El emblemático Bar El Sol, junto a la estación, y tres discotecas: Mi Club, el Club Infantil -hoy Country- y “Yo, tú, él”, en el paso de la galería de calle Belgrano.

P- ¿También había más actividad social en los clubes?

ES- Sí. Teníamos el Bouchardo, donde se juntaban a jugar pelota paleta por dinero el cantante de tangos Alberto Gómez y Leguizamo. Mi tío, Domingo´Mingo´ Maruzza, había ganado el campeonato interbancario de pelota-paleta y los hermanos Ratti lo llevaban siempre para ganar las apuestas. Llegué a conocer el club Yapeyú en la calle Belgrano. Y muy cerquita había uno que era todo de chapa, un club donde los socios iban a jugar al mús o al truco, para divertirse. ¿Sabés lo curioso de ese lugar? Que no tenía bufetero, ni control... los socios iban, se servían el Cinzano o el Gancia junto al vermouth ¡y se daban el vuelto en la caja! Una vez por semana, miraban qué faltaba, alguno lo iba a comprar y ponían todos según la boleta. Increíble. Ese lugar se llamaba Club Nosotros y es un ejemplo de cómo era y se vivía en nuestro barrio.

En ese contexto similar al Macondo de García Márquez, lejos de representantes y los Alien Duces que hoy manejan las transferencias de futbolistas, sorprende la llegada transnacional de Silvera a Banfield: “Mi papá jugaba en el Artigas, un equipo de Rocha. Lo fueron a buscar del Sudamérica de Montevideo. Tenía 19 años. Lo probaron en el equipo de primera y tras dos prácticas lo hicieron debutar el domingo”.

Al otro lado del Río de La Plata, el doctor José Ignacio Vicuña es el jefe de la sala de maternidad del antiguo Hospital Rawson y miembro de la Comisión Directiva que preside Florencio Sola. Cuando va a coordinar sus vacaciones con su jefe, el doctor Rizzo que está en la conducción de San Lorenzo, éste le comenta un chisme: “Usted sabe Vicuña, ahí en Montevideo hay un negrito que juega bárbaro en el Sudamérica y me lo voy a traer…”. 

Vicuña se quedó con el dato y le contó la historia a Sola. Acordaron que en el viaje iría a ver un partido del tal Silvera... No hizo falta mucha más carta de presentación: Eduardo le hizo esa tarde dos goles a Nacional y Vicuña se fue el día siguiente a la sede para arreglar el pase. Lo hizo con el presidente, pero le quedaba arreglar con el jugador. Y no iba a ser nada fácil, ¡porque el Negro tenía las peores referencias de Banfield! 

Todo se remonta a unos años antes, cuando el Taladro estuvo a punto de traer a Obdulio Varela -sí, el ídolo del Mundial de 1950, el querido Negro Jefe al que le canta el Canario Luna- al mediocampo. “Obdulio había practicado en Banfield en 1939. Estuvo como dos semanas, jugó tres amistosos, y encaró a los directivos para que le compren el pase. Pero Sola se durmió, al Jefe se le soltó la cadena y se fue de la pensión de vuelta a Uruguay en barco”, explica Eduardo. Mi papá era amigo suyo de las prácticas en la selección y cuando hablaron le dijo que no vaya, que no le cumplieron con nada y le hicieron perder mucho tiempo. A eso hay que agregarle que él tenía la cabeza puesta en la selección uruguaya para jugar la Copa Río Branco en Brasil, que arrancaba en 15 días en Río de Janeiro!”. 

Con esos datos a cuestas, Eduardo (padre) se reunió a la noche con Vicuña y le pidió una cifra descomunal para que lo rechacen: cinco mil pesos a la firma. Era un platal. Muchísimo dinero.

Lo que no sabe el delantero es que Sola tiene ese platal, y más. En aquél momento maneja el juego de Mar del Plata a través del casino. No se asusta con la cifra y le dice que sí a Vicuña, que le dé para adelante y lo traiga cuando antes al equipo. Pero hay un detalle más.

Silvera- Mire, doctor Vicuña, con el antecedente de Obdulio, yo quiero que me den el dinero en la mano. Si no, no me voy de Montevideo.

Vicuña- Pero Silvera, ¡ya tiene todo aprobado! El señor Sola le va a pagar a su llegada a Buenos Aires.

Silvera- Ese es un problema de ustedes, no mío. Quiero el pasaje y el dinero. Y le aviso, yo la semana que viene me voy a Brasil con la selección. Buenas noches.

“De palabra no quería saber nada. Se había empacado. Entonces Lencho se fue a Montevideo con todo el dinero en una valija a las 48 horas”, explica Edu hijo.

Silvera- Está bien, yo firmo. Pero en tres días me voy a la Copa Río Branco. Y cuando vuelvo, viajo a Banfield.

F. Sola- No, Silvera, no. Estamos pagando una fortuna por el pase. Y si usted va allá y juega muy bien, va a querer más plata. Además, se puede lesionar.

Silvera- Pero yo ya firmo contrato ahora, no cuando vuelvo.

F. Sola- Usted firma ahora. Y no va a jugar la Río Branco. Sino, nos mandamos para atrás.

“Mi viejo tenía los cinco mil pesos en la mano en la sede de Sudamérica. Era una casa entera ese dinero. Con todo el dolor en el alma por la selección, firmó para Banfield y no fue a jugar a Brasil. Al volver a Buenos Aires. Vicuña se lo cruzó a Rizzo, quien ya se había enterado del pase. Le recriminó: ´Para qué te habré dicho de Silvera. Ése era para San Lorenzo, no para ustedes”, remarca Eduardo.

Poco después se iniciaba la leyenda de Eduardo en Banfield. Los que lo vieron, cuenta su hijo, remarcan que no era muy habilidoso con la pelota. Pero tenía tres cualidades que lo hacían diferente: 

            • "Primero, la velocidad. Estaba a una décima de segundo del récord continental de cien metros, tomado con zapatilla común por el técnico y preparador físico del club, Lúpiz".

            • "Segundo, como levantaba los centros. El relator Fioravanti le puso Bota de Lluvia como apodo. Hacía una gran dupla con el peruano Alcalde, que era el centro forward y cabeceaba muy bien”.

            • “Y tercero le pegaba muy fuerte con las dos piernas, y eso que parecían cañitas de los finitas que eran. Se complementaba en el ala izquierda con Rafael Sanz. Pero a mi viejo le encantaba jugar con Farro, el que se fue a San Lorenzo”. 

Y fueron estos los que le pusieron el primero apodo, ´Foca´, a Silvera. A Sanz le decían ´Falo´ y cuando él le gritaba, éste sabía que se la tenía que tirar de punta a la entrada del área grande, porque venía en velocidad para pegarle de frente al arco. 

“En la final de 1951 contra San Lorenzo me quedó grabado que iba de su mano al vestuario de la cancha de San Lorenzo. Mucha gente lo paraba porque se acordaban que había hecho un golazo en ese campo, pegándole de entrada al área en el último minuto, que les dio la victoria por uno a cero”, señala el Eduardo menor.

Ya retirado, el Negro Silvera hizo toda su vida en uno de los tantos chalets de estilo inglés que ya no están. Quienes caminaron entonces por la calle Belgrano, a mano izquierda yendo hacia el norte se lo cruzaron con la familia. Sus restos, y los de varios de sus familiares, ya son cenizas que se esparcieron en diversas ceremonias en el arco de la calle Peña, la Osvaldo Fani. “Cuando me toque, yo también voy a estar ahí junto a mi mamá, mi papá, mi hermana y sobrina”, asegura Eduardo.

P- ¿Qué sentís al caminar por Banfield cuando volvéis?

ES- Banfield estaba orgulloso de su pueblo. Lomas de Zamora comercialmente siempre fue más, pero a nosotros no nos interesaba ser un centro comercial. Nos encantaba mantener la tranquilidad. En la calle Boedo comenzó la época de los edificios y llegó un momento que no quedó más lugar y empezamos nosotros. Desaparecieron los tres cines, el Boulevard de Alsina, El Bar el Vómito, La Múnich y la Guillermina... ¿Vos sabes que cuando yo era chico a los de Banfield oeste les llamábamos ´Las Gallinas´ porque cuando oscurecía ya no quedaba nadie ahí, mientras que en el este teníamos vida. Ahora es diferente. Somos una ciudad con edificios, con lo malo de las ciudades. Cambió para siempre. En el 2016 yo todavía estaba ahí, en la calle Belgrano, y cuando salgo a la puerta veo tres policías en la puerta. Había un muchacho tirado en el piso, con un revolver en la mano. Venían a robar a Banfield. Te aseguro que eso, antes, no existía.

 

> El Silvera entrenador

Conozco al Silvera hijo desde inicios de la década del ´90. Yo jugaba de arquero en todos los partidos que se armaban en el barrio. Y un día, un volante al que le decíamos Papa nos tiró el dato que estábamos esperando: en el club El Ceibo, al lado de la antigua fábrica de galletitas de la calle Rincón esquina Arenales, necesitaban jugadores para el equipo. 

Ahora es un centro cultural del municipio, pero entonces los sábados nos juntábamos unos veinte en la canchita del fondo para jugar picados. Poco tiempo después, el club armó algo más serio y vino de técnico Benia, el papá de Gonzalo y de Laura. Un par de prácticas después agarró la batuta Eduardo hijo. Durante unos dos años practicábamos a sus órdenes los martes y los jueves. 

Éramos todos chicos, entre diez y quince años. Estaba Dieguito Fernández, el hermano de María Laura, con una habilidad fenomenal. Llevé un par de partidos a Damián Leiva, que la rompía en el club Columbia. Me parece que se lo quería llevar Lanús y, eso, era suficiente para que hiciéramos fuerza porque venga a Banfield. No lo convencimos para que deje ser de Racing. Como tampoco a su amigo Mita, que amaba a Independiente y se ganó el apodo de la publicidad de la camiseta.

Eduardo hijo nos ordenaba desde el costado. Y nos hablaba de Banfield. Y yo sabía de su papá porque mi abuelo, Quico, lo había visto jugar y ya me había explicado las genialidades del primer u-ru-guayo de Peña y Arenales. Al Ceibo le faltó gente que apoye la escuelita y un día se desarmó. En la calle había más coches y ya no se podía jugar como antes.

Cada uno arrancó por su lado. Pero con el Negro me quedó una amistad para toda la vida. Lo encontré decenas de veces en la cancha y siempre hubo un abrazo afectuoso. A día de hoy, a los miles de kilómetros de distancia que nos separan, nos une El Taladro. Nos saludamos por los triunfos y maldecimos las derrotas vía teléfono, con textos y audios de WhatsApp. Y, de su parte, también me llegan los consejos de la vida, como a inicios de los ´90 en la calle Rincón. Estamos, en definitiva, destinados a encontrarnos. Ahora por teléfono y en el futuro en forma de ceniza sobre el verde césped del estadio.


> Los números de Silvera

Eduardo Lucio Silvera (6/7/1918 - 26/9/1998) jugó ocho años en Banfield, desde 1940 a 1948. En total sumó 143 partidos, marcó 31 goles (.22 de promedio) e incontables asistencias a otros delanteros como Farro, Alcalde y Sanz.